En el marco del Día Mundial de la Alimentación 2024, una maestra de una escuela en El Salvador se ha convertido en un ejemplo de cómo es posible unir a estudiantes y sus familias en torno a prácticas de alimentación y nutrición saludables.
Paulo Beraldo y Palova Brito
Brasilia, 16 de octubre de 2024 – Aunque los agricultores del mundo producen alimentos suficientes para alimentar a toda la población, el hambre sigue siendo un problema: 733 millones de personas enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos, crisis climáticas recurrentes, recesiones económicas y pobreza. En América Latina y el Caribe, 43 millones de personas aún padecen hambre.
En el contexto del Día Mundial de la Alimentación 2024, promovido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y celebrado cada 16 de octubre, el mensaje de este año, “Derecho a los alimentos para una vida y un futuro mejores”, subraya la importancia de la alimentación como un derecho humano fundamental.
Para apoyar este derecho, una escuela en El Salvador ha incorporado acciones de educación alimentaria y nutricional (EAN) en su currículo escolar. En el Complejo Educativo Católico San Francisco, ubicado en Concepción de Ataco, departamento de Ahuachapán, estudiantes, familias y la comunidad educativa participan activamente en ferias de alimentación y actividades sobre nutrición y salud, donde los alimentos saludables son los protagonistas. A través de la integración de la teoría con la práctica, los docentes se centran en garantizar el derecho de cada niño y niña a una alimentación adecuada.
Esta historia comenzó con la maestra Esmeralda Ruiz, quien lidera las iniciativas de educación alimentaria y nutricional en el centro escolar. La idea surgió tras su participación en un diplomado de EAN, ofrecido en 2019 por la FAO, el gobierno de Brasil y El Salvador, en el marco del Programa de Cooperación Internacional Brasil-FAO en alimentación escolar. Esta cooperación, iniciada en 2009, es implementada por la FAO, la Agencia Brasileña de Cooperación (ABC) y el Fondo Nacional de Desarrollo de la Educación (FNDE).
El diplomado fue clave para que Esmeralda desarrollara acciones inspiradas en los conocimientos adquiridos, involucrando a la escuela y a la comunidad. «Lo que empezó como una tarea del diplomado se ha convertido en una iniciativa propia de nuestra institución», comenta.
Compartiendo sus aprendizajes con colegas, Esmeralda logró involucrar a más docentes, estudiantes y familias, construyendo un proyecto colaborativo que subraya la importancia de una alimentación adecuada para el desarrollo educativo y social de los niños y jóvenes.
Además de la educación nutricional, la escuela ha integrado temas de higiene y salud, invitando a médicos y enfermeras a participar en actividades multidisciplinarias. «Es emocionante ver el compromiso de todos, desde los estudiantes hasta la dirección de la escuela», afirma Esmeralda.
Un aspecto clave de este enfoque integral es el uso de la cosecha del huerto escolar para complementar el refrigerio diario de los estudiantes, mientras aprenden a cultivar la tierra y a conectarse con el medioambiente. Para Esmeralda, esta iniciativa es un ejemplo concreto de cómo cerrar brechas y asegurar que los más vulnerables también accedan a alimentos nutritivos y sostenibles.
«Cada proyecto trae nuevos desafíos. Pero planificar con cuidado, involucrar a toda la comunidad y asegurarse de que todos conozcan su rol es clave para el éxito», reflexiona Esmeralda. Para ella, estas acciones mejoran la calidad educativa y fortalecen los lazos entre familias, estudiantes y la comunidad, garantizando que la alimentación saludable sea tanto un derecho como una práctica cotidiana. Esta iniciativa demuestra cómo el esfuerzo colectivo puede generar cambios profundos en la vida de los estudiantes y la comunidad.