En Itajaí, en el sur de Brasil, la comunidad escolar transformó su relación con el consumo tras un proyecto sobre el desperdicio de alimentos y la adopción de actitudes para reducir las pérdidas de comida.
Paulo Beraldo
Brasília, Brasil, 02 de diciembre de 2024 – Reducir el desperdicio de comida en la alimentación escolar y generar conciencia sobre la crisis global del hambre y su impacto en la comunidad local son algunos de los objetivos del proyecto “Tiempo agotado para el desperdicio de alimentos”, desarrollado en la Escuela Básica Profesora Judith Duarte de Oliveira, en la ciudad de Itajaí, Santa Catarina, en el sur de Brasil.
El proyecto surgió después de que la profesora Patrícia Wanderlinde Alves conociera dos informes sobre el hambre y los impactos del desperdicio de alimentos. Uno de ellos revelaba que alrededor de 800 millones de personas padecían hambre en 2021, mientras que el otro señalaba que cada año se desperdician 930 millones de toneladas de alimentos.
“Estas informaciones fueron determinantes para el propósito del proyecto. Al trabajar con dos grupos de quinto año, me molestó mucho ver el gran desperdicio de alimentos en la alimentación escolar, que probablemente reflejaba la realidad en sus hogares”, explicó.
La profesora percibió la necesidad de cambiar la situación, ya que desperdiciar alimentos también significa perder recursos financieros y ambientales, además de perpetuar patrones de comportamiento para toda la vida. “Era indispensable evaluar el consumo de alimentos adoptando mejores prácticas para evitar el desperdicio”.
El proyecto inició en 2021 con los estudiantes del quinto año y transformó su experiencia de aprendizaje. Debido a su éxito, pronto se amplió a todos los estudiantes de la escuela. “Los estudiantes desempeñaron un papel activo en actividades como la organización de charlas, la recolección de alimentos para donación, la producción de materiales educativos como cortometrajes, videos y folletos, y promovieron la distribución de estos materiales en la escuela y en la comunidad”, explicó Patrícia.
La escuela registró una reducción de aproximadamente el 40% en el desperdicio de alimentos y cambió hábitos alimentarios. “Los estudiantes son más conscientes y responsables al comer, consumen con más respeto, como se evidencia en la menor cantidad de alimentos desperdiciados”. Con ello, comprendieron que sus palabras y acciones pueden marcar la diferencia en la construcción de un mundo mejor y sin hambre. “Y se dieron cuenta de que el cambio debía empezar por ellos y comenzaron a pensar más allá de los límites del aula”.
En la práctica
Las acciones comenzaron con un diagnóstico de los estudiantes sobre sus conocimientos previos en el tema. Se realizaron dinámicas de sensibilización sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el hambre en el mundo y las cifras del desperdicio, además de pruebas para evaluar los hábitos alimentarios. Los estudiantes registraron todos los alimentos que consumieron durante una semana y lo que descartaron.
Posteriormente, investigaron las mejores formas de reducir el desperdicio de alimentos y produjeron folletos con consejos y dibujos. Para compartir el conocimiento, se organizaron charlas para todos los grupos de la escuela. Se distribuyeron alrededor de 2,500 folletos a otros centros educativos, en autobuses y en lugares de alta circulación de la ciudad. También recolectaron y distribuyeron alimentos a familias necesitadas y produjeron un cortometraje sobre el desperdicio de alimentos.
Desafíos
La falta de conciencia de los estudiantes sobre la gravedad del desperdicio de alimentos y la necesidad de cambiar comportamientos fueron dos desafíos encontrados. “Para superarlos, realizamos actividades educativas y prácticas para sensibilizar a los estudiantes y motivarlos a actuar”.
Otra dificultad fue involucrar a las familias, ya que no todas entendían la importancia de reducir el desperdicio. Por eso, se organizaron reuniones y eventos para compartir información y fomentar la participación activa. Integrar el proyecto en la rutina y el currículo escolar también fue un desafío, ya que el trabajo requería tiempo y esfuerzo adicional de los profesores y estudiantes. Se hicieron ajustes en el cronograma y programación de clases, además de buscar apoyo y colaboración de otros docentes y personal, ya que es un trabajo en constante evolución que requiere dedicación y esfuerzo continuo para su mantenimiento.
Visibilidad
Tras la publicación de la iniciativa en el sitio de Naciones Unidas en Brasil, el trabajo ganó proyección nacional, y los estudiantes presentaron el proyecto a la alcaldía local. Después de conocerlo, la administración municipal organizó capacitaciones con directores y personal de cocina de otras escuelas y presentó el trabajo a los gestores y empleados de las otras 118 escuelas municipales de Itajaí, donde se sirven cerca de 400,000 comidas al mes en la alimentación escolar.
La empresa tercerizada responsable de la preparación de comidas escolares también participó en capacitaciones sobre prácticas para fomentar el reaprovechamiento y el cuidado de los alimentos. Para la profesora Patrícia, el involucramiento de la comunidad fue uno de los aspectos más destacados del proyecto, ya que mejoró la calidad de vida de las personas a través del fomento de buenos hábitos de consumo, desarrollando actitudes conscientes que están influyendo en los jóvenes y sus familias. “Desde el inicio, escuché relatos de familias que cambiaron sus hábitos y costumbres porque fueron orientadas por sus hijos. Están comprando menos, no almacenando en exceso, desperdiciando menos y haciendo elecciones más saludables”.