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Con retos por solventar, alimentación escolar se recupera en América Central

ZARAGOZA, El Salvador – Un grupo de estudiantes de preescolar sembró con entusiasmo pepinos y otras hortalizas en el huerto de su pequeña escuela, en el sur de El Salvador, una señal de que los programas de alimentación escolar se están reactivando en la pospandemia de covid-19.

Una etapa en la que, si bien los impactos de la enfermedad están aún presentes, a las escuelas de América Latina, y en particular de América Central, ya salieron del cierre y han reabierto sus puertas en la modalidades presenciales y semipresenciales.

Poco a poco, componentes importantes de los programas de alimentación escolar, como los huertos, han comenzado a recobrar vida.

“¿Alguien sabe qué planta es esta?”, preguntó la maestra Sandra Peña, de 36 años, al grupito de niños que la habían seguido, en fila, hasta el pequeño huerto del Centro Infantil El Zaite, ubicado en la periferia de Zaragoza, una ciudad del departamento de La Libertad, en el sur de El Salvador.

Los párvulos respondieron a viva voz: “¡tomate!”, mientras señalaban una mata de ese fruto, que ya mostraba unas florecillas amarillas.

Con dificultades, porque el coranovirus sigue ahí, las escuelas del istmo realizan esfuerzos por continuar con la alimentación escolar, que caminaban a buen ritmo antes de la pandemia.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), esos programas benefician a 85 millones de estudiantes en América Latina y el Caribe. Es más, para cerca de 10 millones, constituyen una de las principales fuentes de alimentación segura que reciben al día.

“Los estudiantes están volviendo a clases, en una situación que aún no es normal, pero están volviendo gradualmente”, dijo a IPS desde Brasilia la experta Najla Veloso, del Programa de Cooperación Internacional Brasil-FAO.

Fruto de esa cooperación, al inicio de la pandemia, en 2020, varios países latinoamericanos impulsaron acciones conjuntas para mantener activos los programas de alimentación escolar, como parte de la Red de Alimentación Escolar Sostenible (Raes).

Esas naciones fueron Belice, El Salvador, Granada, Guatemala, Guyana, Honduras, República Dominicana, Perú, Paraguay, Santa Lucía y San Vicente y las Granadinas.

La Raes fue creada por el gobierno de Brasil en 2018, como parte de la Década de Acción de las Naciones Unidas para la Nutrición (2016-2025), con el fin de apoyar a los países de la región en la implementación y reformulación de programas de alimentación escolar, basados en el acceso y en la garantía del derecho a una alimentación adecuada.

Las maestras Marta Mendoza (I) y Sandra Peña, junto a sus alumnos del Centro Infantil El Zaite, una comunidad que se esfuerza por salir adelante en un contexto de pobreza y violencia, como muchas caseríos y pueblos en El Salvador. Foto: Edgardo Ayala / IPS

Los retos continúan

Cuando la pandemia llegó y las escuelas se cerraron, obviamente los huertos escolares y las cocinas donde se preparaban los alimentos se pararon. Entonces,  hubo que desarrollar estrategias para mantener algún nivel de alimentación, no en las escuelas, pero sí en los hogares de las familias, confinadas para contener el virus.

La solución paliativa fue llevar los alimentos, no perecederos, a las casas de los estudiantes, mientras se dejó de cocinar en los centros educativos.

La experta de FAO destacó que Guatemala y El Salvador realizaron un buen trabajo en ese sentido y, en general, todos los países centroamericanos se esforzaron por mantener la alimentación del alumnado.

“Algunos países tuvieron que cambiar las leyes, porque solo se podían dar alimentos a estudiantes y con las escuelas cerradas ya no podían darles, y tuvieron que entregárselos a los padres, madres y a la familia”, explicó Veloso.

Se tuvo que multiplicar la logística de un programa que ya era complejo, con componentes como “compras locales”, que implicaba la coordinación para adquirir de los agricultores del entorno las legumbres, granos, vegetales, frutas y otros productos que formaban parte de los menús dentro de las escuelas.

También en algunos casos se entregaron kits de semillas y algunos instrumentos de labranza para que las familias pudieran sembrar hortalizas en huertos familiares, lo que en las escuelas ya no se podían hacer.

Ahora que en la mayoría de los siete países centroamericanos las escuelas están abiertas en modo semipresencial, los alimentos ya no se llevan  a los hogares de los estudiantes, sino que los padres o madres llegan a los centros educativos a recibir los productos.

En el caso salvadoreño, el Ministerio de Educación ha invertido, para el curso lectivo iniciado en enero y que concluirá en noviembre,  más de 10 millones de dólares para impulsar el programa de alimentos a más de un millón de estudiantes a nivel nacional, en 5128 escuelas públicas.

En esta nación centroamericana, de 6,7 millones de habitantes, se han comenzado a entregar ya  dos canastas alimenticias, una que contiene una bolsa de 1,1 kilogramos de cereal de maíz para desayuno y siete litros de leche líquida UHT. Y otra con arroz, frijoles, azúcar, aceite, leche en polvo, aceite y una bebida fortificada con vitaminas.

En ese proceso de entrega semestral, que reemplaza por ahora a la alimentación dentro de los centros públicos, se encontraban los padres o madres de familia y el personal docente de la escuela del cantón de San Isidro, en el municipio de Izalco, en el occidental departamento de Sonsonate, cuando IPS estuvo en el centro.

Nuevas siembras hechas por los párvulos del Centro Infantil El Zaite, en el sur de El Salvador, y que pronto volverán a producir sus hortalizas. Es parte del esfuerzo por mantener vivo el huerto y la alimentación saludable, ahora que los escolares comienzan a volver a los centros educativos tras la pandemia de covid. Foto: Edgardo Ayala / IPS

“Hemos tenido que ingeniárnosla para poder ir saliendo adelante con la pandemia, y ahora ya vamos poco a poco recuperando las actividades del huerto, por ejemplo”, comentó el profesor Manuel Guerrero, director de la escuela.

Esa escuela, que está semiabierta desde el 2021, atiende a 1500 estudiantes de educación primaria y media.

“Ya están los maestros trabajando con los estudiantes en los huertos y así recuperar el tiempo perdido”, añadió el director, de 57 años.

Antes de la pandemia, cultivaban tomates, pimiento verde, yuca, repollo y una planta local conocida como chipilín (Crotalaria longirostrata), cuyas hojas se agregan a las sopas por su alto contenido vitamínico.

“Por nuestra experiencia, y porque he visitado muchas escuelas, diría que la idea de los huertos escolares ha sido bien asimilada desde el principio, y por eso debemos trabajar duro para mantenerla”, añadió Guerrero.

Un preescolar de avanzada

En el Centro Infantil El Zaite las actividades en la cocina ya vuelven a ver la luz, aunque no como en los tiempos anteriores a la pandemia, cuando la cocinera, Dinora Gómez, se esmeraba porque los menús fueran del agrado de los niños.

Ella recordó a IPS, con cierta nostalgia, aquellos días en que se afanaba con cacerolas y ollas.

“Por ejemplo, para el almuerzo, les hacía un picado de verduras, con carne de soya, salsita de tomate y arroz”, contó Gómez, de 50 años. Otras veces eran sopas de lentejas y otros vegetales.

En el desayuno, “huevitos revueltos, frijolitos fritos y platanito”, agregó, con esa forma de los salvadoreños de llamar a los alimentos con cariño, en diminutivo.

También se reparten a las familias de los estudiantes paquetes alimenticios, de productos no perecederos, donados por una organización de confesión evangélica: Convoy of Hope (convoy de esperanza).

Marta Mendoza y Sandra Peña forman parte del equipo docente de Centro Infantil El Zaite, en el sur de El Salvador. Ellas forman parte del equipo docente que se esfuerza por recuperar los estándares de educación y alimentación alcanzados antes del estallido de la pandemia de covid. Foto: Edgardo Ayala / IPS

Ahora, a pesar de que la cocina formalmente sigue cerrada, Gómez ya prepara la merienda a un pequeño grupo de estudiantes cuyos padres no pueden darles ese alimento para que lo coman a mitad de la mañana.

También de vez en cuando hace alguna ensalada con los vegetales que cultivan en el huerto.

Esta escuelita de El Zaite, que abrió sus actividades en 1984, atiende a 110 estudiantes en parvularia, en edades de 4 a 6 años, y cuenta con seis maestros.

El centro educativo está ubicado en una comunidad o asentamiento semirural, poblado por personas que llegaron ahí en los años 80, durante la guerra civil salvadoreña (1980-1992), huyendo de los bombardeos y operativos militares. Aquí viven ahora 563 familias.

“Estamos en terrenos que antes eran los potreros de la gente adinerada de Zaragoza que tenía sus vacas”, explicó a IPS Carlos Díaz, director del Patronato Lidia Coggiola, la oenegé que desarrolla iniciativas de apoyo comunitario en esta zona, y que incluye la escuela.

La escuela es un proyecto comunitario, ajena a la red del Ministerio de Educación, que sigue su guía educativa como es preceptivo pero refuerza temas como el derecho al agua o el cuidado del ambiente.

En 1999, dentro de las actividades del Patronato se inició un programa de becas y apadrinamiento a distancia, con donantes de Italia, Francia y Estados Unidos, para beneficiar a jóvenes del asentamiento que deseaban continuar estudios de bachillerato y la universidad.

Una de las beneficiadas con esa iniciativa fue Marta Mendoza, quien cursó el preescolar en el centro, logró graduarse en la universidad como maestra y ahora volvió a él como docente.

“Hemos formado los grupos, y trabajamos en la lectura, los niños traían del encerramiento una conducta de mucha energía”, dijo Mendoza a IPS. “Poco a poco nos hemos insertando a la dinámica que teníamos en el salón de clase, previo a la pandemia”, acotó.

Publicado originalmente en Inter Press Service